L.G.A, jugador de golf estadounidense, ha cambiado los grips de sus palos después de 15 años. La decisión la ha tomado después de que se le escapara el palo de las manos por tercera vez en una misma ronda, y bajo la amenaza de sus colegas de juego de no volver a jugar con él.
Afortunadamente, no ha habido daño físicos, pero no debe ser agradable ver volar un palo de golf cerca de tu cabeza. Philip, uno de sus amigos, ha declarado: “ No volveré a jugar con él hasta que no le ponga unos grips nuevos. Él muy imbécil tiene esos palos desde hace 15 años y no le ha cambiado los grips ni una sola vez”.
Según nos han informado, L.G.A pensaba que los grips eran mejores cuando estaban lisos y resbaladizos. Fuentes cercanas al jugador nos comentan que un amigo le regaló el libro de Harvey Penick, “El pequeño libro rojo del golf”, cuando empezó a jugar al golf y en esta publicación leyó que el grip de golf debía ser como sujetar un bote de pasta de dientes.
El jugador se hizo la picha un lío. “ Yo pensaba que el grip de golf debía ser como sujetar un bote de pasta de dientes, ¿Y como es un tubo de pasta dental?, pues es plástico, liso y cuando se moja, es resbaladizo. Así quería yo que fueran mis grips, ahora me entero que estaba equivocado” dice el jugador.
Durante los dos primeros años que L.G.A uso sus palos estuvo muy contrariado, notaba que las manos se le quedaban pegadas al palo. La sensación era rugosa y, aunque lloviera, era capaz de retener el palo en sus manos. A partir del tercer año ya jugaba más tranquilo, sus grips estaban prácticamente cristalizados y podía sentir la sensación que había leído en el libro de Harvey Penick.
Algunos usuarios del campo donde L.G.A juega dicen que todo ese rollo del libro rojo es una pantomima. Peter comenta:
“ No se quiere gastar el dinero en grips, en algunos de sus palos ya esta tocando la varilla con los dedos, ¡ha traspasado el caucho!”
Otro jugador local dice: “Lo cierto es que ha cambiado los grips por miedo a tener que jugar solo. Si por él fuera, seguiría sin cambiarlos”
La verdad es que nosotros no sabemos a quien creer.
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